En 1212, un joven pastor francés llamado Esteban de Cloyes anunció un mensaje del cielo: Cristo le pedía liberar la ciudad de Jerusalén que, ante la indiferencia de los grandes señores de la Cristiandad, permanecía en manos de los infieles. Comienza así uno de los episodios más delirantes de la Edad Media. Miles de niños (se habló de unos 30.000) abandonan sus hogares y marchan enfervorizados hacia Tierra Santa. No llegará ninguno; al menos, como cruzado. La mayoría murió de agotamiento, hambre y frío por el camino. Y los demás fueron vendidos como esclavos por los mismos mercaderes que prometieron pasarlos a los puertos de Levante.
Estos hechos, entre la historia y la leyenda, sirvieron para que Marcel Schwob escribiera, en 1896, La cruzada de los niños, un magnífico relato en el que ensambla doce monólogos de diferentes personajes. Y técnica similar emplea Jerzy Andrzejewski para componer, en 1959, Las puertas del paraíso. En la conciencia de un viejo sacerdote, resuenan las confesiones del joven visionario Santiago de Cloyes, de Maud, de Blanca, de Roberto y del joven noble Alesio Melisseno. Un entramado de sueños, pecados y miedos con el que Jerzy Andrzejewski describe el peligro que ocultan los delirios utópicos.

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