Madame Solario es un libro especial. Escrito en 1916, pasarán cuarenta años hasta que, en 1956, aparezca la primera edición, sin el nombre de su creador. Un anonimato que, pese el enorme éxito de la novela, no se ha desvelado hasta hace poco tiempo, en que el nombre de Gladys Huntington ha sido reconocido como el de su indiscutible autora. Cuesta entender la razón de tanto misterio. La "inmoralidad" del argumento, que se apunta como posible causa, hace sonreír porque, si bien en el fondo de la trama se desarrolla el motivo del incesto, su tratamiento es tan suave e indirecto, que hoy no podemos comprender que se guardasen tantas precauciones. Y quizá esta sea la explicación: que Madame Solario es una novela de ayer. Del mundo de ayer. No solo porque la acción se sitúa en 1906, sino porque está escrita en 1916, en plena Primera Guerra Mundial, el gran cataclismo que liquidó una forma de vida y unos valores activos durante buena parte del siglo XIX. El mundo social y moral de Madame Solario ya era anacrónico en 1956, pero estaba plenamente vigente en 1916, cuando su autora, volcando sus experiencias personales, dio forma a la novela. Hasta la ambigüedad y la finura psicológica "a lo Henry James", que tanto se ha ponderado de su estilo, se puede explicar por la proximidad cronológica con el gran escritor angloamericano.
Madame Solario se desarrolla, en su mayor parte, en el aristocrático y cosmopolita lago de Como, en la localidad de Cadenabbia. Un paisaje luminoso, sereno, de soberbios atardeceres y vistas fastuosas, sirve de marco a un tenso entramado de pasiones, tan intensas como turbias. El centro de este torbellino de deseos es Madame Solario, bella, hierática, solitaria, enigmática. La fascinación romántica y caballeresca del joven Bernard Middleton permite descubrir que el aislamiento afectivo en que parece vivir Madame Solario lo provoca el cerco de celos y amenazas del conde Kovanski, ferozmente enamorado, como buen ruso, de la bella dama. La aparición inesperada, tras doce años de separación, del hermano de Madame Solario, Eugène Harden, desvela el secreto que corrompe sus vidas: la relación incestuosa de Madame Solario con su padrastro, al que Eugène intenta asesinar, su exilio forozoso y las miserias que tuvo que padecer. Su retorno parece buscar objetivos diversos: resarcirse de las penurias pasadas, vengarse de su hermana recordándole su pasado, tramar los más cínicos planes de promoción social... Madame Solario aparece siempre fría, indiferente, sumisa a cuanto dispone su hermano, al igual que no parece haber puesto resistencia alguna en todas relaciones amorosas ha tenido. Es esta sumisión, esta aparente indiferencia la que carga su figura de un potente poder erótico. En realidad, el núcleo moral de la historia es muy puritano: el pecado original que expulsa a Natalia Solario y a su hermano del paraíso familiar -evocado en las continuas referencias a a los bosques de Suecia y Norteamérica donde pasaron su infancia-, irradia su maldad incesantemente, corrompe toda posibilidad de amor y provoca continuas desgracias. Solo esto explica la fuga de Madame Solario al final del libro, su espera y búsqueda obsesiva del viejo amigo paterno que, llevándola de nuevo a Estados Unidos, le abra de nuevo las puertas del paraíso y le permita regresar a la pureza anterior a su caída, una redención que finalmente no obtendrá.
Madame Solario no es un libro pecaminoso -sorprende que se le compare con la Historia de O- sino que es una fábula profundamente moral.
Gladys Huntington (1887-1959) nació en Filadelfia, en el seno de una familia con arraigados principios morales cuáqueros. Tras su matrimonio, residió en Inglaterra. Su obra literaria es escasa y solo la autoría de Madame Solario pone el nombre de Gladys Huntigton entre los de los grandes escritores del siglo XX.
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