domingo, 6 de abril de 2014

La leyenda del Santo Bebedor de Joseph Roth


Joseph Roth murió el 27 de mayo de 1939. Poco antes había concluido su último relato: La leyenda del Santo Bebedor, considerado por la crítica como una obra maestra. Su protagonista, Andreas Kartak, es un clochard que vive bajo los puentes de París. Un desconocido benefactor, devoto de la Santa Teresita de Lisieux, le regala 200 francos y, ante la puntillosa renuencia de Andreas a aceptarlos, le impone la obligación de devolverlos en la capilla de Sainte Marie des Batignolles. Aunque Andreas intenta cumplir su promesa, siempre se gasta el dinero bebiendo con mujeres y viejos amigos, a los que encuentra casualmente. Pero, a cada caída de Andreas en las tentaciones del mundo, le sucede siempre un nuevo milagro, una nueva oportunidad para cumplir su palabra. Como en una leyenda hagiográfica medieval o en un relato hasídico de su Galitzia natal, el narrador cuenta esta sucesión de prodigios con total naturalidad, con un ingenuo tono amable, comprensivo con las debilidades del protagonista; mostrando la actitud humilde de quien comparte con su prójimo los mismos errores y las mismas miserias. Porque en Andreas Kartak hay mucho de Joseph Roth. Como su personaje, Joseph Roth procedía de la Europa del Este y había encontrado refugio en París. De origen judío, había nacido en Brody, en la parte de Galitzia perteneciente al Imperio austrohúngaro, un mosaico de pueblos, lenguas y religiones, en la que los judíos eran una minoría más. La caída de los Habsburgo fue sentida por Roth como una tragedia, como el principio de una fuga sin fin que solo terminaría con la muerte. Quizá por eso Joseph Roth fue acumulando identidades contradictorias a lo largo de su vida: monárquico y revolucionario, judío y católico converso, nostálgico del shtetl y cosmopolita. El triunfo del nazismo le empujó al exilio. Vivió sus últimos años escribiendo para publicaciones alemanas de la emigración, en contacto con otros exiliados y consumido por el alcohol.  "Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte". Poco después de escribir estas palabras, Joseph Roth murió en París.

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