Nora Helmer es el símbolo de la emancipación de la mujer. De la mujer que se rebela contra un destino impuesto por la tradición, por el dominio masculino, por la fuerza de los prejuicios. Cuando Nora Helmer abandona a su marido y a sus hijos, decidida a encontrar su propio lugar en el mundo, los fundamentos de la sociedad patriarcal se resquebrajan. Eso ocurrió el 21 de diciembre de 1879, cuando los espectadores del Teatro Real de Copenhague asistieron al estreno de Casa de muñecas. Comenzó así una polémica que aún dura.
El noruego Henrik Ibsen (1828-1906) es el mayor dramaturgo de todo el siglo XIX, cuyo tardío éxito fue, sin embargo, un acontecimiento de carácter europeo.
Los
grandes dramas ibsenianos enseñaron a dar naturalidad a las conversaciones, a
presentar con verosimilitud la evocación del pasado, a dar corporeidad a
grandes tensiones sin recurrir a escenas violentas. Y trajeron al teatro un
repertorio de problemas dramáticos que eran, sin duda alguna, los de su tiempo:
Casa de muñecas (1879) presentó el
tema de la subordinación femenina; Espectros
(1881), el de la herencia patológica; Un
enemigo del pueblo (1882) y El pato
salvaje (1884), los problemas del idealismo y la vocación.
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