En este año 2016 que ya termina, ha sido pródigo en celebraciones -con Shakespeare y Cervantes en primer plano-, pero no hemos recordado como se merece el quinto centenario de la publicación de un libro fundamental: Utopía de Tomás Moro. Fue en 1516, en la Lovaina donde enseñaba Erasmo, cuando se imprimió este libro que aún sorprende por lo avanzado de sus propuestas. Temas como la paz, la comunidad de bienes, la eutanasia o el divorcio se presentan como realizaciones de las que disfrutan los felices habitantes de la isla de Utopía. La obra de Moro fue posible gracias a que los viajes de españoles y portugueses a comienzos del siglo XVI abrieron el mundo e hicieron creíble la posibilidad de territorios y pueblos diferentes a los europeos. No es casualidad que el testigo que describe la isla de Utopía, Rafael Hythloday, sea un marino portugués. Y tampoco es por azar que el diálogo tenga lugar en Flandes, un rincón de Europa en el que, con la independencia de Holanda, surgiría una república libre en la que algunas de las ideas utópicas del libro de Moro, como la libertad religiosa, se convertirían en una realidad.
Heredera de La República de Platón, la obra de Tomás Moro inicia un género fecundo en la literatura y la filosofía occidentales, y sus ecos llegarán hasta nuestros días, perdida ya toda esperanza, invertidos en las oscuras representaciones de novelas y películas distópicas.
Los que hagan un viaje de invierno por tierras belgas, llegarán a tiempo para ver las exposiciones y homenajes que se han organizado en Lovaina.