sábado, 12 de noviembre de 2016

Charlotte de David Foenkinos


Charlotte de David Foenkinos (París, 1974) es una biografía novelada de Charlotte Salomon, la creadora de una de las obras más singulares del arte y de la literatura modernas. Porque su Leben? oder Theater? es una obra tan original como inclasificable: álbum ilustrado, novela gráfica o autobiografía dibujada es un testimonio único de la lucha por vivir, un manifiesto de resistencia contra el mal, contra la locura, tanto la individual (era hija, sobrina y nieta de mujeres suicidas) como la de la época que le tocó vivir. Por su condición judía, Charlotte Salomon sufrió la marginación social en su Alemania natal, el exilio y, finalmente, la deportación y la muerte en Auschwitz, en 1943, a los 26 años de edad. Antes de ser detenida, pudo componer y poner a buen resguardo su obra, hasta que su padre logró recuperarla y editarla. Hoy se conserva en el Museo de Historia Judía de Amsterdam, la ciudad de Ana Frank, con la que Charlotte Salomon tiene tantos puentos en común.
David Foenkinos invoca en su novela la figura imprecisa de Charlotte Salomon y lo hace arriesgándose con una fórmula compositiva que primero sorprende y luego se acepta como un total acierto: el uso de versículo como soporte narrativo. El relato se tranforma en una salmodia, con el ritmo sincopado de una oración, de un rezo, de un kaddish por tanta vida destruida.







miércoles, 2 de noviembre de 2016

Los cantos fúnebres de Mani


En el capítulo titulado "Lamentación" de su libro Mani. Viajes por el sur del Peloponeso, Leigh Fermor describe los rituales funerarios que perviven en la región griega de Mani y en los que tiene un papel esencial el miroiloi, un canto improvisado por mujeres ante el féretro del difunto. Son expresiones de dolor que hunden sus raíces en el pasado mítico de la tierra helénica. Leigh Fermor recuerda cómo en la Ilíada Andrómaca, Hécuba y Helena se suceden en el planto ante el cuerpo de Héctor, en un relevo ritual idéntico al que se realiza en los entierros maniotas.

 Dentro ya del magnífico palacio, pusieron el cadáver en torneado lecho a hicieron sentar a su alrededor cantores que preludiaban el treno: éstos cantaban dolientes querellas, y las mujeres respondían con gemidos. Y en medio de ellas Andrómaca, la de níveos brazos, que sostenía con las manos la cabeza de Héctor, matador de hombres, dio comienzo a las lamentaciones exclamando:

725 -¡Marido! Saliste de la vida cuando aún eras joven, y me dejas viuda en el palacio. El hijo que nosotros ¡infelices! hemos engendrado es todavía infante y no creo que llegue a la mocedad; antes será la ciudad arruinada desde su cumbre, porque has muerto tú que eras su defensor, el que la salvaba, el que protegía a las venerables matronas y a los tiernos infantes. Pronto se las llevarán en las cóncavas naves y a mí con ellas. Y tú, hijo mío, o me seguirás y tendrás que ocuparte en oficios viles, trabajando en provecho de un amo cruel; o algún aqueo to cogerá de la mano y to arrojará de lo alto de una torre, ¡muerte horrenda!, irritado porque Héctor le matara el hermano, el padre o el hijo; pues muchos aqueos mordieron la vasta tierra a manos de Héctor. No era blando tu padre en la funesta batalla, y por esto le lloran todos en la ciudad. ¡Oh Héctor! Has causado a tus padres llanto y dolor indecibles, pero a mí me aguardan las penas más graves. Ni siquiera pudiste, antes de morir, tenderme los brazos desde el lecho, ni hacerme saludables advertencias que hubiera recordado siempre, de noche y de día, con lágrimas en los ojos.

746 Así dijo llorando, y las mujeres gimieron. Y entre ellas, Hécuba empezó a su vez el funeral lamento:

748 -¡Héctor, el hijo más amado de mi corazón! No puede dudarse de que en vida fueras caro a los dioses, pues no se olvidaron de ti en el fatal trance de la muerte. Aquiles, el de los pies ligeros, a los demás hijos míos que logró coger vendiólos al otro lado del mar estéril, en Samos, Imbros o Lemnos, de escarpada costa; a ti, después de arrancarte el alma con el bronce de larga punta, lo arrastraba muchas veces en torno del sepulcro de su compañero Patroclo, a quien mataste, mas no por esto resucitó a su amigo. Y ahora yaces en el palacio, tan fresco como si acabaras de morir y semejante al que Apolo, el del argénteo arco, mata con sus suaves flechas.

760 Así habló, derramando lágrimas, y excitó en todos vehemente llanto. Y Helena fue la tercera en dar principio al funeral lamento:

762 -¡Héctor, el cuñado más querido de mi corazón! Mi marido, el deiforme Alejandro, me trajo a Troya, ¡ojalá me hubiera muerto antes!; y en los veinte años que van transcurridos desde que vine y abandoné la patria, jamás he oído de to boca una palabra ofensiva o grosera; y si en el palacio me increpaba alguno de los cuñados, de las cuñadas o de las esposas de aquéllos, o la suegra -pues el suegro fue siempre cariñoso como un padre-, contenías su enojo aquietándolos con tu afabilidad y tus suaves palabras. Con el corazón afligido lloro a la vez por ti y por mí, desgraciada; que ya no habrá en la vasta Troya quien me sea benévolo ni amigo, pues todos me detestan.

776 Así dijo llorando, y la inmensa muchedumbre prorrumpió en gemidos.